jueves, 28 de junio de 2012

Un gorrión, su mamá y yo.



Era una tarde de 35ºC a la sombra. Yo estaba en casa tocando mi piano personal. El ordenador. Paré unos minutos y me dirigí a la terraza. Mi gata me acompañó. Cogí la manguera y comencé a regar plantas y suelo. Lys no se apartaba de los tiestos en el lado más al sur. " ¡ Qué raro ! No se marcha y le está salpicando el agua que ella odia." Dejé de anegarlo todo de agua en mi convencimiento de que así dejaría de tener tanto calor. Me acerqué a ella. "¿ Pero que pasa por aquí ?" Enseguida escuché el revoloteo de un polluelo. Era un pequeño gorrión que se había quedado atrapado entre el carrizo del muro y éste. Fueron 30 minutos de intentar ayudarle. Él se asustaba con mi presencia. Más con la de mi gata. Yo encerré a Lys en el pasillo de casa. Ella maullaba, el pollo piaba, y yo hablaba con Lys y el pollito. "No te asustes chiquitín. Te voy a sacar de ahí". Comprobé que un vecino corpulento me observaba hablar "sola". Yo le miré, y con cara de orco, le corté sus miradas entre cotillas y ... No lograba sacarle de allí. El corría al yo ahuecar el carrizo, pero al encontrarme al final de éste, daba media vuelta y regresaba al punto de partida. Yo comencé a sudar. Cogí unas tijeras de podar y corté los cables que aseguraban el carrizo al muro. Lys maullaba. Yo hablaba al pollito. Por fin, zas, salió del laberinto. Aturdido, voló en dirección opuesta a la calle. Se refugió en la habitación contigua a la terraza. Se fué debajo de la cama, y topó con un mueble negro. Cogí la linterna para averiguarlo. Allí estaba el pobrecito, aterido de miedo. Su madre apareció en la terraza con comida en su pico. Y le reclamaba. " Esta aquí, está aquí." Alargué mi brazo hasta el fondo del hueco entre la cama y el mueble negro. Le cogí con dulzura. Le acaricié la cabecita. Le hablé. Dije a su madre que ya le tenía. Le aposenté con cuidado sobre la mesa de la terraza. Tardó dos segundos en volar hasta el pollete. Yo indicaba a su madre con mi dedo índice donde estaba su hijo. Y los dos volaron, juntos por fin, hasta el nido oculto entre los setos del jardín del patio. Yo me sentí muy feliz y aliviada. Ellos más. Yo sudaba mucho más que antes de comenzar esta pequeña historia de una calurosa tarde de verano en Madrid. Ya el calor no me importó. Pensé en el pollito y su mamá juntos en su nido. Éso me refrescó el humor.




  Los gorriones, que durante algún tiempo se fueron muriendo en mi ciudad ,volvieron hace poco a alegrarnos con sus cantos.
La cría del gorrión
   

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